Nueva Ciudadanía para una Nueva Democracia
Opinion

Con este título, el Centro de Investigación en Sociedad y Políticas Públicas (CISPO) de la Universidad de los Lagos, invitó en octubre del año 2011 a un grupo de actores de la sociedad civil y del mundo académico a reflexionar sobre los desafíos que enfrentaba el país en el marco de un proceso de movilización social de gran magnitud.

Para CISPO, el título del seminario en cuestión no era un elemento baladí. En rigor, el título daba cuenta de una asentada convicción de que precisamente gran parte de los desafíos en materia de desarrollo democrático son aspectos que nos vinculan necesariamente a la idea de ciudadanía; o, dicho de otra forma, son desafíos que problematizan el tipo de comunidad y el tipo de vínculo que cada sociedad busca promover.

Lo anterior ha quedado plenamente demostrado a partir del debate que acompaña la iniciativa de reponer en plenitud la formación en ciudadanía en el sistema escolar. Lo que se da precisamente a entender a través de esta iniciativa es la necesidad de que en nuestro país no sólo se enseñe formalmente sobre los componentes de la ciudadanía, sino que ésta también se practique habitualmente, permitiendo, de manera natural, la reflexión sobre los principios que la justifican: uno de ellos, por cierto, el de la dignidad igualitaria de las personas.

Ahora bien, el debate sobre el  ejercicio y límite de la ciudadanía, y más particularmente sobre el rol del ciudadano, no es, en rigor, reciente.  Los politeuomenoi de las ciudades autónomas de la antigua Grecia, los civis optimu iure de Roma, los florentinos pre-renacentistas y su práctica de la Vita Civile, los virtuosos de Montesquieu, los participantes activos de Mill, los individuos portadores de derechos de Thomas H. Marshall, o los indignados de nuestros días, no son sino manifestaciones de múltiples intentos por determinar cómo los miembros de una comunidad política deben participar en las decisiones que afectan sus vidas.

En nuestro tiempo, el desarrollo de la mundialización, la multiplicación y aceleración de los flujos migratorios, la preocupación creciente por las diferencias culturales y étnicas, entre otros fenómenos,  están permanentemente transformando la idea común que nos hemos formado de lo que debiese ser normativamente la ciudadanía en el contexto democrático.

Una de estas transformaciones más evidentes es que hoy en día la visibilidad política de la afirmación cultural de la diferencia aumenta mientras que, por el contrario, los antiguos derechos sociales y económicos se enfrentan a condiciones más limitadas, producto de sociedades desprovistas de instrumentos para promover efectivamente la integración y la solidaridad.

La consecuencia de lo anterior es clara: cada vez es más difícil que la ciudadanía simbolice una idea de unidad de sociedad a partir de una realidad que se revela ante nuestros ojos de forma muy diferenciada y compleja.

Por ello las ciudadanías clásicas experimentan tensiones fundamentales: a) La exigencia de nuevos derechos (lo que nos lleva al debate sobre la naturaleza y jerarquía de estos derechos); b) el debilitamiento de las instituciones que en el pasado velaban por el respeto de estos derechos (lo que nos lleva a la permanente controversia sobre los límites de la acción del Estado) y; c) el aumento vertiginoso de la lista de nuevas formas de  exclusión social (lo que nos recuerda la urgencia de una nueva ética igualitarista).

Por ello, hoy más que nunca es fundamental discutir sobre ciudadanía, repensando en qué se traduce ella; esto, si es que el objetivo es que ella favorezca la organización armónica del comportamiento colectivo en sociedades mucho más abiertas, donde, por ejemplo, la economía juega un rol fundamental.

En este marco, si bien es cierto que las preguntas que nos podemos hacer son múltiples y variadas, es posible sugerir una en particular que hoy pareciera ser más relevante que nunca; a saber, ¿Cómo podemos administrar las representaciones colectivas, que hemos dicho que son cada vez más diversas, reafirmando con claridad la idea de una pertenecía común que nos une?

Sólo en torno a este problema ya tenemos un gran desafío a resolver como país.

Fuente: eldesconcierto.cl