Hace algunos días ha sido presentado el nuevo informe de desarrollo humano elaborado por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), bajo la pregunta: ¿por qué nos cuesta cambiar?. Este texto retoma una importante tradición de once informes anteriores sobre el comportamiento de la sociedad chilena y de sus constantes evoluciones a partir de la década de los ’90’, experiencia de investigación que lamentablemente había sido interrumpida el año 2015.
Los efectos mediáticos de este informe, hasta el momento, han sido positivos en cuanto a la cantidad de reacciones y comentarios, y cabría esperar que actores privados, esfera pública y mundo estatal y político, lo lean con la calma y profundidad suficientes, interesándose en resolver lo que el informe denomina «las débiles capacidades» de Chile para conducir cambios en una lógica de desarrollo humano sostenible.
En rigor, el informe provee de muchos e interesantes elementos que nos conviene discutir y relevar en todo el abanico de agendas que hay en nuestro país. Yo quisiera, en esta columna, simplemente distinguir un aspecto en particular.
Me refiero al debate sobre la originalidad de Chile en torno a los cambios que se describen. En este aspecto es cierto que nuestro país se acerca, en materia de comportamiento cultural, a muchas de las naciones de occidente. Sin embargo, creo importante distinguir el rol de los actores en países como el nuestro y en países ya desarrollados. En ambos casos, la idea de «relaciones disfuncionales entre actores» es parecida, pero lo que no es lo mismo es «actuar» para conservar derechos adquiridos (que es el caso en los países desarrollados y con apropiaciones de esta lucha en todo el espectro político) que para establecer derechos aún ausentes que el propio informe destaca que son la base de cualquier idea de sociedad o de un debate sobre un nosotros, idea que, a partir de los comentarios derivados del informe, parece que nos interesa menos que en años anteriores.
La frustración en nuestros países es, por lo tanto, mayor porque se instala la idea de que el cambio, siendo necesario, es imposible o improbable. Hay un fuerte pesimismo que el propio texto trasunta y aceptaremos que ningún proyecto de desarrollo puede fundarse en un sentimiento del fracaso de no poder ponernos de acuerdo en la vida que queremos llevar, que no es la adición de expectativas individuales, sino de un todo que nos represente material y simbólicamente.
Este informe llega semanas antes de nuestras festividades nacionales; quizá, un buen momento para volver a pensar en perspectiva de «proyectos país».
Por Marcel Thezá, investigador del CEDER.
*Publicada el 26 de septiembre de 2024 en el Diario Austral de Osorno.