La semana pasada, en el Diario Oficial el Ministerio de Agricultura anunció orientaciones para el reconocimiento y la protección de las semillas tradicionales, relevando la importancia de su conservación e intercambio por parte de pequeños agricultores. Poco después, la Asociación Nacional de Mujeres Indígenas Rurales publicó una carta advirtiendo del riesgo de formalizar, situando en manos ministeriales, estas prácticas. En ella señalan que las medidas del gobierno son impracticables y que restan legitimidad al rol de quienes cuidan y preservan estas semillas. Quiero centrarme en este último punto.
Al observar el mundo rural suelen presentársenos sesgos que obstaculizan el ejercicio de su ciudadanía. En efecto, ciudadanía parece contraponerse al concepto de ruralidad, asociándola a lo urbano y a los centros de poder. Sin embargo, podemos identificar notables diferencias que muestran que el ejercicio ciudadano puede ser más intenso y tener consecuencias más concretas en las zonas rurales.
Por ejemplo, es posible habitar una ciudad sin conocer el nombre de sus autoridades ni de las empresas que demandan más mano de obra. Es posible que no requiera activar redes públicas, privadas y comunitarias para resolver asuntos fundamentales, como la salud, la provisión de agua potable o la conectividad. Quien habita una zona rural, en cambio, podrá narrar del trato directo con concejales y seremis, de reuniones con dueños de empresas y del complejo entramado tras la resolución de cualquier urgencia.
Constatamos una invisibilización de lo político del habitar el medio rural. En esto juegan un rol la dispersión, el centralismo y las brechas epistémicas, facilitando una mirada general que no recoge las particularidades locales ni indaga en sus regularidades.
¿Cómo avanzamos en el reconocimiento de las ciudadanías rurales? Es clave valorar las prácticas de diálogo, deliberación y negociación, reconociendo las condiciones asimétricas que las caracterizan. Además, es necesario observarlas sin la rigidez del aparato burocrático; se trata de no llevar el sentido de formalidad al punto de generar normas rígidas que no conectan con el dinamismo y la innovación de las prácticas rurales.
Por Álvaro Román, investigador del CEDER ULagos.
* Publicada el 25 de abril de 2024 en el Diario Austral de Osorno