En 2016, cuando volvía a Chile, me propuse investigar sobre qué estaba pasando con el modelo de negocio cooperativo en la cuenca lechera. Mis grandes referentes como Colún y Cooprinsem eran cooperativas que habían nacido en un contexto económico muy distinto al nuevo siglo.
La experiencia cooperativa es extensa en el tiempo y motivo de debate en la región, especialmente en el rubro lácteo. Allí destacan la experiencia exitosa de Colún y Cooprinsem y las múltiples experiencias frustradas (Cafra, Chilolac y, la más importante para la región: Calo). Muchos elementos surgen al debatir sobre éxitos y fracasos, condicionando la viabilidad subjetiva de cualquier propuesta, puesto que incide en la confianza que se pueda depositar en las iniciativas propuestas.
En constantes ocasiones, se menciona la desconfianza como una limitante a la hora de crear o mantener el modelo cooperativo. Quiero agregar un hallazgo que nos pareció tremendamente relevante, que tiene relación con la capacidad y gestión empresarial como un elemento crítico para el sector en general. En el caso de los productores lácteos el problema parece aludir a la relación entre producción y empresa (procesamiento, comercialización, estrategias de desarrollo empresarial, inversión, etc.). Vale decir que la necesidad de asociarse de los productores los debe convertir en socios, pero no debe llevarlos a hacerse cargo de la gestión de la empresa, que requeriría capacidades profesionales diferentes.
En este sentido la especialización del productor debiese ser producir la mayor cantidad con la mejor calidad y el mejor precio. Mientras que la administración de la cooperativa debe estar en manos de profesionales con capacidades de gestión.
Esta capacidad y gestión empresarial tiene que tener un arraigo identitario de los cooperados con la cooperativa. Nuestra investigación visibilizó que muchas iniciativas de cooperación se han basado ya sea en incentivos estatales (calificados por algunos como «artificiales») o tributarios, pero no en una convicción sobre la necesidad de cooperar a largo plazo. Sin embargo, parece ser que ese «espíritu cooperativo» es el que permite sortear las coyunturas difíciles y los incentivos al individualismo de los beneficios cooperativos (llegando hasta los malos manejos y la corrupción).
En síntesis, se trata de cultivar el modelo cooperativo como un modelo de negocio que se diferencia en su gestión y en su modelo de propiedad, que va más allá del modelo empresarial predominante. Por tanto, ¿está preparado el tejido productivo agrario para adoptar la gestión y propiedad cooperativa en la Región de Los Lagos?
Por Sandra Ríos, investigadora del CEDER.
*Publicada el 11 de julio de 2024 en el Diario Austral de Osorno.