Por generaciones, la carne bovina ha sido más que un alimento: representa una actividad productiva estratégica, profundamente arraigada en el paisaje, la cultura y la economía de la Región de Los Lagos. No obstante, el sector enfrenta una paradoja estructural: el 65% de la carne que se consume en Chile es importada, pese a la existencia de un ecosistema ganadero local con calidad reconocida. Esta situación revela una cadena de valor fragmentada, sin articulación eficiente entre sus eslabones, y con escasas capacidades de agregación de valor en origen.
En nuestra región, cientos de ganaderos sostienen la base de esta cadena con conocimientos técnicos heredados, trabajo permanente y manejo en condiciones climáticas exigentes. Sin embargo, la falta de integración vertical y horizontal limita su acceso a canales de comercialización directa, restringe su capacidad de diferenciación territorial y reduce su competitividad frente a productos estandarizados y de bajo costo. La cadena está atomizada en la producción y concentrada en la intermediación, lo que genera asimetrías que dificultan una distribución equitativa del valor generado.
El enfoque necesario no está centrado únicamente en tecnologías disruptivas, sino en modelos de negocio colaborativos, adaptados a menor escala, con trazabilidad, identidad y pertinencia territorial. Esto incluye fortalecer las capacidades de comercialización de productores locales, promover sistemas de maquila, apoyar iniciativas cooperativas y desarrollar plataformas que conecten producción, procesamiento, consumo y turismo rural.
En este proceso, es clave construir relatos con sentido, vincular al consumidor con el origen del alimento y posicionar la carne bovina como parte del patrimonio agroalimentario del sur de Chile.
Revalorizar la carne chilena implica transitar hacia una cadena agroalimentaria cohesionada, con gobernanza, información compartida y visión sistémica.
La mesa está servida. Ahora, hace falta que nos sentemos todos: desde el predio al plato. Y nos la juguemos, en consecuencia, por la carne chilena.
Por Sandra Ríos, investigadora del CEDER.